domingo, 8 de marzo de 2009

Historia del Santo Niño de Gaucín, por Teorodo de Molina

Leído en Diario de la Torre. Por su interés reproducimos este artículo.
San Juan de Dios. Cinco siglos de devoción.
Desde lo más alto, observa. Se recrea y sigue la conducta de un hombre nacido en Montemar-o-Novo. Le estudia como espía estudia los pasos de su objetivo; como felino, entre pastizales, clava su aguda mirada en los gestos y momentos de su próximo bocado; le mantiene la mirada continuamente, igual que el ojo de puente mira el paso del agua entre sus vetustos muros de piedra labrada a manos de canteros.
Por los vericuetos del mundo, donde, y como él quiso vivir, es permanentemente acompañado nuestro portugués; por tierras de Castilla mientras ejerce de pastor en Oropesa; por los tortuosos caminos de la tragedia durante la batalla, en Fuenterrabía y Viena, contra franceses y turcos; entre dehesas lusas cuando intenta reencontrase con sus orígenes, a los que no encontró por hallarse en Gloria de Dios; en su viaje a orillas del Guadalquivir para sentir el vaivén de la cosmopolita ciudad en azarosa tarea de ida y vuelta a tierras recién conquistadas para la corona de Castilla; al norte de África donde comienza, en Ceuta, una tímida transformación de su agitada vida sin rumbo, -"episodios confusos y poco clarificados", que le llaman sus biógrafos-; por los caminos del Campo de Gibraltar donde se gana el sustento como vendedor de historias y leyendas; por los caminos y veredas -en malísimo estado,…… que ni las caballerías pueden transitar, decía Madoz, allá por 1844- que suben desde el río hasta Gaucín.
Pero, ¡he aquí! Quién desde lo más alto diseña esta obra, define que ha llegado la hora de ayudar al librero. Le arregla el guión por no parecerle del gusto de la época, rescribiendo un nuevo papel que se ajusta al personaje como anillo al dedo. Enfoca definitivamente el destino del alentejano, orientando su vida mediante la reflexión y ayuda al prójimo, entierras de la taha del Darro.Para ello, y siempre desde lo más alto, prepara las cosas de tal forma que nuestro personaje no volverá a dudar nunca jamás.
Los Hechos.-
De esta manera, según nos cuenta la tradición, ocurrieron los hechos en el renacentista año de 1536. Cierto día de ese verano, nuestro personaje, Juan Ciudad, se encaminaba a subir a Gaucín para vender su pesada carga de libros. Cuando mayor era el calor y más sufrida la caminata, agravado por el peso y el enorme desnivel que presentaba el camino de Gibraltar a Gaucín, en el tramo que une el río Genal con la Villa -entonces, Plaza de Armas de la Casa de Medina Sidonia en territorio serrano-, justo hacia la mitad de tan abrupto paraje, denominado por los lugareños La Adelfilla, ocurrió lo que nos cuenta la tradición, y que a finales del S XIX, nos dejó escrito el cronista oficial de Gaucín D. Ubaldo de Molina Fernández:
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-Pintura sobre el encuentro, ermita de Gaucín-

" sucedió que de lo más intrincado del monte y cuando menos lo esperaba vio salir un lindo niño de muy pobre atalaje que, con sus piececitos descalzos, caminaba por la misma senda adelante.Considerándole extraviado, Juan Ciudad, y temiendo que los abrojos del camino desgarrasen aquellos tiernos piececitos, más que el marfil, blancos, con más caridad que criterio le invitó a que calzase sus enormes alpargatas, cuya oferta agradeció el niño sin aceptarla, pues de la punta al talón podía muy bien sentarse dentro; pero como el candor y extraordinaria hermosura del tierno infante atraían y fascinaban cada vez más, a Juan, enternecido le dijo:
"Niño precioso y hermano, si no os sirven mis alpargatas, servíos de mis hombros, que más justo será lleve en ellos, lo que a Dios tanto costó, que libros que tan poco valen” Más a poco, se le hacía aquella ligera carga, harto pesada, y comenzó a alentar y desfallecer, y buscar apoyo en la cayada hasta que al cabo topándose con una fuente conocida por la Adelfilla, que en un risco aún brota, a la derecha del antiguo camino de Gibraltar dijo:
"Niño precioso y hermano, dadme licencia para beber un poco de agua y descansar, que me habéis hecho sudar".
Bajó el niño incontinenti, púsole Juan al abrigo de un árbol y fuese al manantial con ímpetu de sediento; pero al volver satisfecho queda gratamente sorprendido al oír lo llaman por SU nombre y ver en el pobre chico la Grandeza y Majestad del Dios-Niño alargarle una granada entreabierta, coronada con su Cruz, al mismo tiempo que a grandes voces le dice: "te llamarás Juan de Dios. Granada será tu cruz. Testimonia este hecho de mi aparición legando a Gaucín una Imagen que me represente Niño", y diciendo esto desapareció cual nubecilla de nácar." (1).

Con esta experiencia, Juan Ciudad, dejó sus dudas en La Adelfilla y cumplió sin reservas lo que el Santo Niño le había encomendado. De Gaucín a Granada para dedicar su vida a hacer el bien por los más necesitados dando amparo a los enfermos. Su ejemplo diario dio lugar a la creación de una Obra que, aún hoy, sigue los pasos del fundador y que, como en el dieciséis, mantiene el mismo fin caritativo proporcionando afecto al desanimado.
Desde ese día Gaucín arde en deseo de servir en devoción tanto al Santo Niño Dios como a San Juan de Dios.

De la imagen del Niño, -solo nos queda una foto, la realizada sobre 1920 por D. Juan Temboury Alvarez-, fue depositada, según la tradición, por el propio Juan Ciudad, en 1546, en una visita que realizó, ex profeso, al Castillo del Águila.
Con posterioridad, durante el reinado de "Pepe Botella", en 1810, fue despeñada por los franceses en uno de los diversos asaltos que éstos realizaron al pueblo y su castillo <>(2); fortuitamente encontrada por Doña Ana Jiménez Orozco, fue restaurada y puntualmente venerada cada 8 de septiembre por todos los gaucinenses, durante el siglo XIX y primer tercio del XX.
Desde ese día el Santo Niño figura en los corazones de las gentes como el defensor de todo un pueblo; aquel al que hay que recurrir a la hora de pedir agua cuando la tierra tiene sed; al que, necesitados de luz porque la noche es oscura, pedimos que ilumine y reconforte nuestras conciencias dándonos un claro día de primavera; aquel al que solicitamos recomendación para afrontar la decisiva hora del hombre en su balance final; al que las madres le piden que sus hijos caminen por sendas que les lleven al paraíso; para pedirle soluciones a los problemas sobre los que los hombres no tienen respuestas y para reflexionar conjuntamente sobre temas que transcienden de lo terrenal.
De esta forma, los gaucinenses, desde hace casi quinientos años, celebran tanto el encuentro de La Adelfilla, como el regalo de la imagen donada por Juan Ciudad.

La Fiesta de hoy no difiere mucho de la que se viene celebrando desde la memorable fecha de 1536. Solo se le ha añadido la romería al lugar del encuentro el último domingo de agosto.

Esta se celebra desde hace ya cuarenta años, justo desde que el Padre Juan Grande Nebreda, Hermano de San Juan de Dios, tuvo la feliz ocurrencia de proponer a la Junta de Gobierno de la Hermandad del Santo Niño, el proyecto de edificar una ermita en el Lugar. Proyecto que parió, supervisó y mimó hasta el mismo momento de su inauguración. El día en que el maestro de obras, el gaucinense D. José Delgado Rodríguez, le llamó para que certificara la finalización del proyecto, el Padre Juan Grande Nebreda al contemplar la obra terminada, no pudo contener sus emociones y delante de todos los que le acompañaban dejó para siempre en el aire de La Adelfilla y en la memoria de los paisanos presentes la siguiente frase: "Fruto de mis sudores;
Esperanza de mi cariño; Alegría de mi corazón".

Teodoro de Molina de Molina

NOTAS.-
1 y 2. Ubaldo de Molina Fernández.

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