jueves, 29 de septiembre de 2011

El jimenato Andrés Rebolledo presidente del Foro por la Memoria Histórica del Campo de Gibraltar habla sobre los hallazgos en la fosa de El Marrufo

Leído en el diario El Pais. Por su interés reproducimos esta noticia.
Un rastro de balas permite hallar una gran fosa en Jerez
El Foro por la Memoria cree que puede contener entre 300 y 600 cuerpos
NATALIA JUNQUERA
Hasta ahora había sido un rumor macabro. La gente de los pueblos cercanos (Cortes de la Frontera, en Málaga, y Jimena de la Frontera y Ubrique, en Cádiz) hablaba de que en el cortijo de El Marrufo (Jerez de la Frontera) había enterrados cientos de fusilados del franquismo.
Las catas que arqueólogos del foro por la memoria realizaron este verano sobre unas cinco hectáreas de este paraje, el equivalente a 10 campos de fútbol, han probado que tenían razón. El detector de metales se volvió loco. Había tantas balas y casquillos que parecía que alguien las había arrojado como si fueran semillas. Recogieron hasta 70 en dos prospecciones, con fecha y firma: Pirotécnica sevillana, 1936. Junto a los proyectiles, relató el arqueólogo Jesús Román, también encontraron cráneos agujereados por tiros de gracia.
“Creemos que aquí puede estar una de las mayores fosas comunes de España en campo abierto, fuera de un cementerio: entre 300 y 600 personas”, afirma Andrés Rebolledo, presidente del Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar y nieto y sobrino de dos fusilados en la zona. El cortijo de El Marrufo fue, entre noviembre de 1936 y marzo de 1937, “un centro de detención, tortura y ejecución equivalente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en Argentina”, asegura José María Pedreño, presidente de la Federación Estatal de Foros por la Memoria. “Durante esos meses fueron detenidas una media de entre ocho y diez personas al día”, corrobora Fernando Sigler, coordinador de la investigación, que ha tenido una subvención de 55.900 euros del Ministerio de la Presidencia. “En todo el valle del Sauceda vivían por aquel entonces unas 2.000 personas”.
Los asesinos, según les han contado testigos y descendientes de las víctimas durante el último año, mataron a hombres y también a mujeres y niños, a los que retenían en la ermita del cortijo.
Además de los testimonios recogidos entre la gente mayor de los pueblos próximos, Sigler consultó archivos municipales, provinciales y nacionales, para documentar los consejos de guerra celebrados en la zona y el número de viudas y huérfanos de entonces. La documentación oficial de la época reconoce “una limpieza” de 50 muertos en los primeros días de noviembre en el Valle de la Sauceda y de otros 20 en el cortijo del El Marrufo.
“Mi abuelo, Andrés Barrero, era arriero. Tenía un burro y unas pocas cabras. Cuando le mataron tenía 36 años y cuatro hijos: la pequeña, mi madre, de año y medio, y el mayor, de siete. También fueron a por mi tío abuelo. Mi abuela huyó al monte con los niños y los sublevados la detuvieron durante cuatro días”, relata Andrés Rebolledo. “Por eso estoy en esta lucha. No vamos a parar hasta que en este lugar se haga una exhumación. Es una responsabilidad del Gobierno, sea cual sea, llevarla a cabo”.

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