domingo, 18 de enero de 2015

"Ocho pecados capitales", por Salvador Delgado Moya

El marido estaba en la cama. Supuestamente dormido, descansando de unos momentos frenéticos y recibiendo la recompensa del guerrero al terminar la batalla.

Ella abrió la puerta de la alcoba sigilosamente. La luz estaba encendida, entró hasta que por sorpresa, la vio. Quedo petrificada. No esperaba encontrar en su alcoba y dentro de sus dominios aquella mujer, usurpando su posesión.

No se escuchó una sola palabra, ni un solo gesto, ni una sola mueca, solamente silencio. Con la mirada lo dijo todo, y el pensamiento hizo el resto.

.- La “otra” estaba semidesnuda. Pensó que tal y como se la había encontrado habría disfrutado hasta límites insospechados, llegando a gozar hasta rozar el delirio, ejercitando de una manera sobrenatural todos los músculos de su cuerpo, insaciable, con gemidos guturales e impropios de la raza humana (lujuria).

.- Pensó que estaría hambrienta de deseo. Seguro que sería una devoradora insaciable. Trituradora de lo apetecible y lo desagradable, el resultado sería lograr que su aparato digestivo estuviera en constante erupción. El cuerpo la delataba. Los “michelines” de la zona adiposa daban fe de ello (gula).

.- Ella quería todo lo que la “otra” enseñaba a la luz. No quería sus curvas, deseaba mucho más, ansiaba sus senos que rozaban la perfección, su codicia pretendía incluso poder desfigurar su silueta. Deseaba ridiculizarla bajo mínimos, y ser ella el sumun del poder (avaricia).

.- La volvió a mirar, pensó que ella sería una sumisa. Según su aspecto no era la más apropiada para tomar iniciativas, para ellas las aventuras de alcobas deberían ser escritas, siguiendo unos cánones, empezando por un breve prólogo, un desarrollo escueto y un desenlace fugaz (pereza).

.- Por momentos el iris se iba agrandando, las constantes vitales empezaron a revolucionarse, las venas aguantaban una presión sobrenatural, incisivos con incisivos, imposibilitando la más mínima entrada de aire, las fosas nasales emanan desproporcionadamente un aire enrarecido e irrespirable. La destrucción y el deseo de sangre son incontrolables (ira).

.- Toda ella podría ser mejor que yo, pensó. Algo tiene que tener esa “mal nacida”, que le está ofreciendo que lo vuelve loco, y yo no puedo averiguar esa fórmula. Seguro que ella ha recibido más caricias que yo, seguro que ella desata más deseos que yo desconozco, seguro que ella utiliza otras armas que yo ni siquiera puedo imaginar. Lo tiene poseído, embrujado, endemoniado. Ella es su adicción (envidia).

.- No puedo permitirlo. Ella parece más joven, pero yo tengo más experiencia. Yo llevo más tiempo con él, se lo que desea y yo se puedo dar con creces. Pretendes infravalorarme. Yo estaré en el estado más elevado en la balanza del valor, no te quepa la menor duda. Tu eres un tempestad inoportuna y yo seguiré siendo el arco iris perpetuo (soberbia).

.- Sus ojos no daban crédito a la situación reinante. La locura invadía el ambiente y el desenlace sería lógico e imprevisible. El escenario, era el idóneo para dar riendas sueltas a las acciones irracionales propias derivadas del estado anímico. Las lágrimas estaban pendientes para emanar tras el pistoletazo de salida. La incomprensión se apodera del raciocinio. La irracionalidad mide sus fuerzas con la cordura. Una niebla de despropósitos impide ver la inaudita realidad (ceguera).

El marido se giró levemente sobre sí mismo, levantó un poco la cabeza y con una media sonrisa le dijo: “¿qué haces cariño?, llevas más de media hora mirándote al espejo, pareciera que hubieses visto un fantasma!.
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Imagen de www.flickr.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Has conseguido encontrar
uno más y son ya ocho
los pecados capitales
yo siento y presiento que,
hay otro más, y que son nueve
uno, por cada día de la semana
y el sábado y domingo dobles.
Puede que el noveno sea
el ir a la misa de doce
no a rezar ni a comulgar
y sí para que nos vean
o como dicen… lucirse.
El noveno es, La Estupidez.
.
21.04.16 3:06 p.m.
.
Antonio. -El niño del Corchado-