sábado, 20 de junio de 2015

"La ancianidad puede ser el tiempo de la libertad", por José Antonio Hernández Guerrero

Durante la ancianidad, a pesar de que, como todos sabemos, se producen cambios en nuestro cuerpo y en nuestra mente, es -puede ser- el tiempo de la libertad, el período en el se aflojan los lazos convencionales que, en otras edades, las normas sociales o las modas dictadas por la publicidad nos imponían unas conductas rígidas y, a veces, arbitrarias.

“Cuando llegamos a cierta edad –me decía ayer un amigo- perdemos el respeto humano, nos ponemos el mundo por montera y podemos permitirnos el lujo de pensar, imaginar, sentir y de hacer todo aquello que, sin causar daño a nadie, nos pida el cuerpo y el espíritu”. Y es que, efectivamente, sólo aprendemos a vivir cuando ya hemos vivido: cuando hemos trabajado, cuando nos hemos equivocado, cuando hemos disfrutado y, sobre todo, cuando hemos sufrido. En la vejez es cuando podemos cosechar los resultados de la experiencia.


En contra de los tópicos más repetidos, podemos afirmar que, cuanto menos edad tenemos, menor capacidad poseemos para elegir caminos, porque sólo cuando llegamos a la cumbre, divisamos el horizonte abierto y podemos elegir las sendas adecuadas que nos conduzcan a nuestro bienestar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy didáctico para la juventud que aún no ha llegado a esa meta casi final.
Literatura para algunos agraciados, pocos.
Maestría en trabajar la palabra y traérsela al terreno que apetece: pero desde ahí a la verdad puede existir, según que persona, un abismo.
Ni a todos los hombres ni a todas las mujeres se puede cortar con la misma tijera: el ser humano aunque sea igual es completamente desigual desde que nace hasta que se hace viejo y pasa a otro estado -desconocido estado del que nadie vuelve.
Y por último decir que las palabras y las frases -dedicadas a la vejez- son muy bonitas y estimulantes: siempre y cuando el cuerpo te deje. Puedes tener una mente lúcida y un cuerpo enfermo, o al revés, un cuerpo en perfecta forma y una mente desquiciada, ¿quién puede luchar contra eso, cuando si no es la mente es el cuerpo el que te impide hacer todo lo que con la mejor intención tú nos promulga?

Campuscrea dijo...

Mi intención -querido amigo anónimo- es hacer una llamada, quizás ingenua, para que, desde la niñez o, al menos desde la juventud se cultive la mente y se cuide el cuerpo para evitar la vejez y se llegue a la ancianidad. Un abrazo. José Antonio

la lengua presta dijo...

Cuando llegamos a la ancianidad se nos permite casi todo como en la niñez. Las personas más sinceras son los niños los ancianos y antes se decía que los borrachos.
En ese penúltimo estado, nos permitimos pensar en voz alta y llamar las cosas por su nombre, sin dar rodeos y sin tener que ser políticamente correcto. Un anciano ya no tiene nada que perder ni que ganar, nadie se atreve a contradecirlo ni a entrar en polémicas por respeto a su edad. Con ésto quiero decir que no todos los mayores están en posesión de la verdad ni tienen libertad para mucho. O sea, la mayoría de nuestros mayores dependemos de los hijos, siempre y cuando estén dispuestos a sacrificar unos años de su vida a la atención de sus mayores, algunos no lo están, o no pueden o no quieren y otros ambas excusas.
En otros tiempos pasados los mayores eran los patriarcas de la casa, había una total y absoluta dedicación y cuidado a nuestros padres y abuelos. Hoy, como he dicho antes por una cuestión o por dos, nuestros mayores han tenido que recluirse en residencias, separándolos o separándose de la familia. Antes eran el nucleo, el centro de reunión familiar, hoy en muy pocos hogares existe el núcleo.
Desgraciadamente muchos de nuestros mayores mueren en el desamparo familiar y la más absoluta de las soledades.
Oigo cuando hablan de los padres y le llaman: "tengo un problema" o " tengo una papeleta en mi casa". Que lástima!! Con lo felices que son rodeados de sus hijos y nietos.
Debería ser obligatorio fomentar las relaciones abuelos- hijos, abuelos-nietos.

Anónimo dijo...

Es muy cierto, desde bienestar social deberían hacer talleres o cursos donde los participantes fueran los abuelos y los nietos. Deberían de estar al tanto de los niños que no se relacionan con la familia, puesto que en muchos casos se les prohíbe a los niños tener contacto con los abuelos. Y al final lo sufren ambos.
Es una canallada que a la larga les pasará factura a los verdug@s.