viernes, 29 de enero de 2016

"Mi gorriona. Un hecho real", por Cristóbal Moreno El Pipeta

A mi hija, Maritoñi, en el Instituto de Jimena de la Fra., dos compañeros de estudio le dieron una gorriona “volantona”, que aún se le notaban los cálamos o cañones de algunas nacientes plumas. Había  caído de los tejados, donde los gorriones anidaban todos los años, allí en el centro escolar. Su hermano y ella tomaron la decisión de criarla, pero al no tener experiencia, su madre y yo nos tuvimos que encargar de la gorrioncita.  Maritoñi y  Fran  solo jugaban con ella.


    Recordé lo aprendido de mi abuela: “los gorriones se crían con pan mojado en leche”. Comencé, no sin  dudas, a darle dicho alimento con una jeringa sin aguja, pero el buche parecía que iba a reventarle, por lo que cambié a darle de comer metiendo su piquito en mi boca, aceptándolo desde el primer momento. Comía y bebía del pan con leche que yo me introducía en la boca, incluso bebía de mi saliva. Paraba de comer y beber cuando estaba satisfecha.

    Conforme iba creciendo, nada más cogerla, ella misma buscaba su alimento en mi boca o en la de cualquiera de mi familia, pero principalmente comía conmigo. Poco a poco iba emplumándose; la íbamos sacando de su jaula y la soltábamos en el interior de la casa. El tiempo estaba caluroso y cuando me acostaba sin camisa, le encantaba revolcarse en los cuatro pelillos de la barriga y del tórax. Era su deleite. Entonces le compuse esta décima:

¡Ay, mi preciosa gorriona!,   
en su espíritu un alma       
bella ave que me ama       
se cree ella una persona   
y sin serlo es una ladrona,   
un pájaro, un ave, una amiga:
en mi boca roba la miga   
sonrojando a la amapola      
    por tanto verme abrazarla        
al revolcarse en mi  barriga.  

    Ya volantona aprendía a volar de una cabeza a otra, de un hombro a otro. Durante nuestras comidas, posada en mi hombro, buscaba mi boca y comenzaba a comer, metiendo su piquito por entre la comisura de los labios. De igual forma bebía el agua, tras haber cogido yo un sorbo.

     La cabeza de mi esposa era su preferida por su cabello espeso y abundante; allí tenia su parque “pajaril”, donde disfrutaba entre el pelo como si se bañara o revolcara en agua o arena. Igual hacía en nuestras cabezas, pero al tener menos cabellos a veces nos arañaba con sus uñas, pero lo aguantábamos. Mi paterna abuela María, la admitía muy poco tiempo, y se la quitaba de la cabeza cogiéndola suavemente con las manos, pues al tener muy claro su pelo de 92 años, las finas uñas le hacían daño. Los niños flipaban con ella. Era un espectáculo para todos los amigos de mis hijos, viéndoles jugar con el pajarillo.

    Cuando aprendió a volar, comenzaron sus peligros, pues al gustarle estar suelta en casa, e incluso en el huerto conmigo, comiendo bichillos  y revolcándose en la tierra mientras yo labraba, estaba el peligro de los gatos, y el del sus congéneres que acudían a provocar que volara junto a ellos. Todos teníamos miedo de que le pasara algo, pero era tan feliz con ese tipo de libertad y amistades, que rara vez le metíamos en la jaula donde pernoctaba y tenía un nido para ella sola.

    Varias veces se perdió volando con otros gorriones; yo la conocía entre ellos por una pluma blanca que tenía en el centro de la cola. Salía en su  busca y la llamaba “¡gorriona..., gorrioncilla!.

Normalmente se iba hacia la vega de naranjos de frente a casa. Llamándola entre los naranjos no la veía hasta que se me posaba en el hombro buscando comer en mi boca, o en la cabeza para revolcarse. Varias veces me la trajeron los niños vecinos que también la conocían, y perdida se les posaba en la cabeza. Un día, la gorriona se me había ido volando por encima de los tejados y le había perdido el rumbo. Estuve buscándola y no la encontré. Mis hijos tampoco. Nos invadió una mezcla de pena y resignación. La habíamos perdido porque buscaba la libertad total.  Pero nos equivocamos con ella una vez más, no la quería toda, solo quería un poco, incluso llegó a no intentar más buscar esa libertad.

    Llegó - y es un decir- a pensar que su libertad, su disfrute y su felicidad estaba con nosotros -su familia- y los niños amigos de la familia. En la calle, en el campo, solo había problemas y peligros; en su casa, por el interior de toda la casa, hacía lo que le daba la gana, tenía libertad y se encontraba segura y querida, y si de noche dormía en una pequeña jaula era porque ella misma se metía cuando quería dormir, la puerta de la jaula se la teníamos siempre abierta.

     Esta difícil decisión, de un ser irracional, la tomó a continuación de esta  última vez que se fue a volar con los de su raza. Cualquiera sabe que le ocurría durante su escapada.  Se había marchado a media mañana y fue encontrada al día siguiente por la tarde.

    Era  poco después del medio día, Paco el de Nati y su hijo Jorge estaban en la calle, frente a su casa, hablando con otros niños, cuando de pronto sintió algo que se le posaba en la cabeza...; del susto, instintivamente se dio un manotazo creyendo se trataba de cualquier bicho, nunca imaginó que era la gorriona. La pobre aguantó como pudo entre el pelo, mientras que los niños evitaron el segundo manotazo diciendo: ¡¡es la gorriona del Pipeta, es la gorriona del Pipeta, no te asustes!! Paco Ortega pudo frenar el segundo manotazo que dirigía al inimaginable bicho, y la cogió suavemente, al comprender que era el gorrión del que tanto hablaban sus hijos. Una algarabía de  niños se presentaron con ella en mi casa, contando el simpático susto que Paco se había llevado; la traía en la mano su hijo Jorge; él y sus amigos venían disfrutándola y felices por haberla encontrado,  la devolvieron a su hogar, sin dejar de jugar con ella, como hacían a menudo. Si ellos estaban contento, imagínense como estaba yo, y la alegría posterior de mi familia. Ella, la gorriona, no paraba de volar por todas las habitaciones de la casa, feliz, disfrutando, jugando como nunca con nuestras cabeza cada vez que descansaba en sus nidos preferidos ¡Era tanta su dicha!

    Fueron muchos los sustos y las alegrías que pasamos con ella. Toda la vecindad la conocía, era famosa. Muchos vecinos y familiares se acercaban continuamente a visitar a la gorriona. Nosotros encantado actuábamos con ella como si en un circo se tratara, era nuestro juguete vivo. Daba gusto tener aquel pajarito que se posaba y revolcaba en la cabeza de todos, así era ella: la que nos trataba con un cariño increíble; nos mimaba y jugaba con nosotros porque nos veía feliz; éramos su familia, sus iguales, aunque no pudiéramos volar.

     Como no paraba de revolotear por fuera del jaulón donde estaban resto de los pájaros que teníamos, comenzamos a meterla allí de vez en cuando para que se distrajera con ellos. Finalmente de noche pedía ella misma dormir con sus vecinos. Al caer la oscuridad y comenzaba a sobrevolar el jaulón y a posarse en la malla, comenzamos a meterla en el jaulón, pues era su forma de solicitarlo. Incluso metimos allí un gorrión que nos dieron, era arisco pero ella parecía encantada con él. Nos imaginábamos viéndoles con su nido y con sus crías.

    Hasta que un día..., todo acabó: una enmascara lechuza con antifaz, nocturnamente penetró por la ventana del cuarto donde estaban los pájaros en la gran jaula (hoy salón). La gorriona, más confiada que los otros canarios y jilgueros, había dejado de meterse en los nidos y tenía la costumbre de dormir posada en un palillo y pegada a la malla que estaba retirada de la pared. La muerte tuvo que ser muy dolorosa. La lechuza metió sus garras por uno de los agujeros de la  malla, por donde apenas le cabía, agarró a la gorriona por su patita y mientras se la arrancaba, tirando para sacarla del interior, metía también la otra garra y le clavaba las uñas en la pechuga, queriéndola extraer hacia el exterior de la jaula, no consiguiendo nada más que llevarse para comer las patitas que le había arrancado del cuerpo, dejando a la pobre gorriona muerta en el suelo de la jaula sin ninguna de sus patas. Todo sentimos una gran pena por la inocente pobrecilla, parecía mentira que fuera ella, tan alegre siempre y ahora inerte y pálida ¡Cuánto tuvo que sufrir la pobrecita!. La enterramos en el huerto como si de una persona se tratara. Los niños lloraron al compás de los mayores.

    A los dos días, con el corazón compungido aún por esa desgracia, estando mi esposa y yo sentados en el salón interior desayunando, sentimos como en las ventanas de arriba, las de cuarto de baño, algo hacía chirriar los cristales y chocaba contra ellos. Creíamos que, como otras veces, podría tratarse de algún escarabajo pelotero. Como al terminar de desayunar aún se seguían oyendo los mismos ruidos,  subí a ver que era. Quedé petrificado, pues no me lo esperaba: una gorriona intentaba entrar golpeando los cristales con el pico, pegándose golpe y chirriando al rozar sus uñas con la superficie lisa del cristal. Me acercaba y parecía no verme al estar más oscuro el interior. Ella seguía y yo fui a abrir la ventana y se fue, motivo por lo que no la abrí. Bajé las escaleras pensativo e incrédulo. Nunca había ocurrido nada parecido. Al día siguiente otra vez, y ya no quise subir, pensando en fantasma, nunca en casualidad.

    Sobre una hora duró el golpeteo. Al otro día, muy temprano, dejé una de las hojas de la ventana abierta. A la hora de siempre, entre las 10 y las 11 de la mañana, volví a sentir lo mismo. Subí y seguía golpeando la otra hoja de cristal. Al poco desapareció. Al siguiente día, quité las dos hojas de cristal de la ventana, y, como si fuera un ritual, llegó la gorriona, comenzó a revolotear y, viendo que no estaban los cristales, entró en el cuarto de baño, revoloteó por el interior,  y salió por la puerta hacia las escaleras, sin entrar en el hueco de las mismas. Sin bajar al piso de abajo, torció volando hacia la derecha y después hacia la izquierda entrando en el salón comedor de arriba, se posó en la mesa como mirando en su rededor y a la luz de la cristalera del balcón; levantó nuevamente el vuelo y dio una vuelta por todo el habitáculo hasta volver a salir por la puerta y de aquí hasta entrar en el cuarto de baño. Una vez que había visitado todas las habitaciones, como dejo dicho, se posó en el alfeizar de la ventana durante varios segundos, picoteó un poco y miró en mi dirección, que estaba observándola desde la puerta y, volviendo la cabeza hacia el exterior, emprendió el vuelo hasta posarse en el limonero del huerto. Allí estuvo saltando de rama en rama y piando durante un rato hasta que llegaron otros dos gorriones, ambos con el cuello negro, es decir que eran machos. Emprendió con ellos un vuelo sin retorno hacia el Oeste, pero pasando muy cerca de la ventana desde donde yo miraba, fue entonces cuando me fijé en su cola y, en el centro de la misma tenia una pluma blanca.
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Foto de    commons.wikimedia.org

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonito Cristobal. Sensibilidad y cariño por los animales.

Anónimo dijo...

Preciosooo que bonita historia me a encantado

Anónimo dijo...

Enhorabuena. Es dificilisimo sacar para delante una cría de gorrión. Felicidades.

Anónimo dijo...

Pocos gorriones has criado tu. Al nivel que ha llegado este sr. si que es más complicado, pero el gorrión se deja criar bastante bien.

Anónimo dijo...

Antonio, el niño del Corchado


También yo crie un pajarillo,
lo encontré en Torre del Mar
al pie de un plátano oriental
de los que había en el Paseo,
muy pequeñito, triponcete
aún no estaba vestido
Cuando el plumaje le crecía
por el amarillo de sus alas
vimos que era un jilguero.
Libre en mi casa vivió
diecisiete años justos,
nunca el alpiste probó
siempre comía de mis labios
de lo que comía yo.
Cuando yo estaba sentado
se posaba sobre mi pecho
y tenía una obsesión,
el picotear con su pico
mi canosa o blanca barba,
lo hacía con mucho esmero,
con cuidado, despacito.
En invierno bajo mi jersey
se acurrucaba buscando calor.
Murió hará pronto cuatro años
y cuando sentado estoy
y se me entronan los ojos,
aún escucho su canto.

11.02.16

Antonio. El niño del Corchado.

Anónimo dijo...

Antonio, el niño del Corchado

Olas y alambradas se alían
para impedir invasiones,
olas y alambradas a una
diezman a quienes deciden
llegar a tierras Europeas,
(a la tierra prometida,)
buscando trabajo y pan,
buscando un poco de justicia y paz,
lo que en muchísimos países,
a los suyos se les niega.
Quizás vengan engañados
ya que a ellos les mintieron,
diciéndole que aquí había,
lo que allí, nunca tuvieron.
Ahora veo con amargura,
veo con preocupación,
que nuestros hijos emigran
y en los países de acogida,
cuando crean que es aluvión,
o un española invasión,
les pueda pasar lo mismo,
que al otro lado los reciban
con alambradas de espinos,
de espinos y concertinas
y con pelotas de gomas.
¿Para que eso les ocurra
hemos aquí, engendrados hijos?

11.02.16

Antonio –El niño del corchado-

Anónimo dijo...

El anterior comentario
de la 1:04
me equivoqué al enviarlo,
era para otro de sus artículos
ya lo envié al sitio justo
y es por lo que ruego lo elimine
ya que se encuentra doblado.
Con escusas mis respetos
y un saludo Sr. Moreno.

Antonio -El niño del Corchado-