lunes, 25 de julio de 2016

Las claves del bienestar: "Malestar", por José Antonio Hernández Guerrero

Estoy sorprendido por las interesantes preguntas que me han formulado y por las sugerentes cuestiones que los lectores me han apuntado al hilo de las ideas vertidas en el artículo sobre el bienestar. Como es natural, muchas de las opiniones no coinciden con mis planteamientos, de la misma manera que las experiencias en las que aquéllas se apoyan son diferentes e, incluso, opuestas a las mías. No caeré en la pretensión -errónea e inútil- de defender con argumentos una convicción basada, como ya indiqué, en mi experiencia personal sólo válida para mí y para aquellos que la hayan vivido de manera análoga.

Aprovecho, sin embargo, la oportunidad para aclarar algunas confusiones  que en varios comentarios sobre los obstáculos al bienestar se repiten en los mails que he recibido. Hemos de reconocer, en primer lugar, que el malestar causado por las enfermedades, por los dolores y por los sufrimientos -realidades humanas estrechamente relacionadas entre sí- nos son manifestaciones idénticas. 

 
El malestar generado por las enfermedades, que son afecciones comunes a todos los seres vivientes -a las plantas, a los animales y a los humanos- son unos avisos que, amenazadores, nos anuncian la muerte; son las advertencias que, insistentes, nos recuerdan que somos débiles frente a la fuerza agresora de la naturaleza, y son unos síntomas que, claramente, nos revelan que llevamos encerrados en el interior de nuestras entrañas los enemigos de nuestra propia supervivencia. Los dolores los padecemos todos y sólo los seres animados –no las plantas- constituyen llamadas de atención de mal funcionamiento de las piezas de nuestro complejo organismo; son las alertas que se encienden para comunicar el fallo de algún órgano; son las señales que nos comunican que algún mecanismo corporal está estropeado. 

Los sufrimientos, en el sentido estricto, son propiedades peculiares de los seres humanos; son ambivalentes prerrogativas que nos distinguen de los demás vivientes; son las resonancias negativas, los ecos profundos –racionales e irracionales- de los dolores físicos, de las agresiones psicológicas o de los ataques morales: los dolores atacan el cuerpo y los sufrimientos hieren el alma.  El sufrimiento es una operación de la mente que interpreta el dolor y mide sus dimensiones; es una reacción de la conciencia a los estímulos desagradables; es una respuesta humana en la que interviene de manera directa la inteligencia, la imaginación y, sobre todo, la emotividad. Pero el sufrimiento es, además, una de las vías más seguras y más directas para penetrar en el fondo secreto de las realidades humanas, una clave segura para conocer el sentido profundo de los sucesos. Baudelaire, con vigor, entusiasmo y hondura, nos dice que la verdad reside en el sufrimiento, en el dolor que es la nobleza más ilustre: la única aristocracia de este mundo, que completa y humaniza turbadoramente la visión de las cosas.
                                                                                              

1 comentario:

Anónimo dijo...

En cierta ocasión yo dije:
Que hemos nacido para morir.
Y la frase estuvo incompleta
ya que antes de morir
se ha tenido que sufrir
por hambre, frío, calor,
y también por el dolor.
Se sufre y cómo no
por todo lo que perturba
o hiere al alma.
Si la verdad reside
en el dolor y sufrimiento
y es unos de los medios
para penetrar y llegar
al fondo de los secretos
de la realidad humana,
habrá que aceptarlos
si no con alegría,
al menos con paciencia
tranquilidad y resignación.


Amigo José Antonio:
Es como de costumbre,
un gran placer el leerle,
donde siempre un mucho
o algo se aprende.

Un abrazo afectuoso.
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28.07.16
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Antonio.-El niño del Corchado-