martes, 1 de agosto de 2017

"De la frontera", por Manuel Mata

Cuando era niño, mi asignatura favorita era, sin duda, Geografía e Historia.

Recitaba como en una letanía, apenas perceptible, los ríos y afluentes de la península Ibérica; las capitales de todos los países del mundo; las cordilleras y picos de América desde el monte Mckinley hasta las últimas estribaciones de los Andes; la lista de los reyes godos o los mínimos detalles de la travesía por Colón y su gente del Atlántico.


Don Gumersindo, el maestro, me decía que si seguía así de espabilado, y con ése don divino para memorizar,  llegaría muy lejos.

La verdad es que también me sabía la alineación de mi equipo preferido: Carmelo, Orue, Garay, Etura, Mauri…la tabla de números primos, 2,3,5,7,11… los profetas mayores: Isaías, Jeremías, Ezequiel… las preposiciones propias: …. sin, sobre,  tras.

El secreto estaba en que, cada día, al salir de clase apuntaba en mi libreta lo que tenía que empollar, y desde la escuela, que estaba detrás de lo que hoy es el Bar de los Pensionistas, hasta mi casa en Camino de La Cerejana, lo repetía una y mil veces. Se me hacía más corto el camino y de paso aliviaba las señales de alarma de mi estómago.

Yo vivía casi al final de la senda, en una vetusta casona pintada de cal hasta los sardineles, colgajos de campánulas verdes y amarillas y macetas de flores en el alfeizar. Cada noche, mientras mi madre preparaba la cena, yo abría el Atlas Universal y viajaba  a un país diferente saltando con el dedo sobre unas rayas negras que serpenteaban caprichosamente por el mapa: eran las fronteras.

 Ya en la cama intentaba imaginarlas, ¿serán un muro de piedra alto e impenetrable como en “55 Días en Pekín”?.  ¿Un foso largo y profundo de aguas sucias lleno de cocodrilos hambrientos como en “La Guerra de las Cruzadas”?  O tal vez  una franja de alquitrán, ancha y pegajosa que engulle a quien ose  franquearla? 

Un día aprovechando que mi abuelo había ganado la partida de tute le pregunté:  “Usted en el 39 cruzó la frontera de Francia, ¿verdad?. Sí, me respondió, pero era de noche y yo iba en una ambulancia del Socorro Rojo con un tiro en los costillares”. Seguía el misterio.

Así que cuando aprobé el Bachillerato, con las trescientas pesetas que mi padre me dio como premio, más otras doscientas  que había ido acumulando de cumpleaños y onomásticas, me fui hasta Algeciras, compré un billete del “Luna del Estrecho” -un exprés que llegaba a Hendaya en veintiséis horas- y subí a  él.

En Atocha hacía una parada técnica que todos los viajeros aprovechaban para estirar las piernas, asomarse a la Glorieta o ir a la cantina.  No había dado yo ni diez pasos sobre el andén  cuando un tipo bajito y rechoncho se planta frente a mí, levanta la solapa de la chaqueta, me dice que es policía secreta y que qué hago yo allí. 

Cuando le doy cumplida cuenta de mi misión, me responde que eso no es posible por tres razones: Soy menor de edad, no tengo autorización paterna y carezco de pasaporte. Y que en aplicación del artículo 124 de la Ley de Vagos y Maleantes me tiene que retener en el cuartelillo hasta la hora de enviarme de nuevo, y por el mismo conducto, a mi casa.

  En el fondo el inspector Romerales era una buena persona. Me compró un bocadillo de calamares, una mirinda de naranja y me habló de la frontera de Vera de Bidasoa donde estuvo destinado hacia unos años. “amigo mío, las fronteras siempre han estado ahí y veo difícil que alguien se atreva a quitarlas”.

Muchos años más tarde, siendo ya maestro en el colegio “Cristo Rey” solicité tres años de excedencia y me fui a descubrir  mundo…

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Sentado sobre el paralelo 38 he compartido un cuenco de arroz con una familia de Corea del Norte y otra de Corea del Sur. En un recodo del río Putumayo, entre Brasil y Perú,  he rendido culto a los muertos de los maxacalis y de los cahuapanas  al tiempo que los hechiceros rezaban ante sus calaveras. En  el centro inhóspito del cuerno de África, conviví, durante un caluroso verano, con los jimbas, cuyas mujeres tienen -todas- los ojos verdes y eligen -casi todas- a hombres de las tribus vecinas para casarse. Sobre las cumbres del Himalaya -a un lado la poderosa China, al otro la humilde Nepal- he leído el Mahabharata con un nieto de Mao y un aprendiz de lama tibetano. En el Huerto de Getsemaní, muy cerca de la franja de Gaza, he celebrado la fiesta del Nuevo Año con el palestino Abdel Ben Hamid y el israelí Jabib Levi Gurion. Y en la mesilla de noche guardo el “Berliner Zeitung” del sábado 11 de noviembre de 1989 en cuya portada se me ve encaramado a un muro, en una suerte de síntesis sacramental colectiva, con una machota intentando derribarlo.

Claudio Magris decía que “las fronteras son dioses que a veces exigen sacrificios de sangre y que, tal vez, la única manera de neutralizar su poder letal es sentirse siempre de la otra parte, y ponerse siempre del lado de la otra parte”.

 Y volví a Buceite.
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Ahora de vez en cuando quedo con Andrés y Bernardo en el bar de Josele para tomar café. Desde la pantalla del televisor, el rostro curado de espantos de Matías Prats, nos habla de “La Bestia”, ese tren de mercancías que atraviesa México cargado de jóvenes en busca de la raya negra que separa Tijuana de California con el único visado de la desesperación.

  Un reportaje  de mujeres con todo su mundo liado en una manta a la cabeza, rodeadas de niños famélicos comidos de moscas, atravesando la linde entre Nigeria y Camerún, huyendo de la locura de Boko Haram, con el único salvoconducto del pánico a lo irremediable.

Conectan en directo con el corresponsal en Melilla para mostrarnos unos negros, heridas sangrantes en manos y piernas, felices a pesar de todo por haber logrado saltar la valla, con la única credencial ante los guardias civiles del derecho universal  a soñar.

Los tres, entre la desazón y la vergüenza, permanecemos callados; sin nada que decir. Sólo nos miramos.

Cambia el plano, y una presentadora rubia, de ojos azules y sonrisa fácil, nos da cuenta de las excelentes condiciones en que nuestros eurodiputados firmaron sus Planes de Pensiones, con una alta rentabilidad y  aportaciones personales de cero euros. De los saldos que un exalto cargo del partido mantiene en las Islas Cayman bajo una clave alfanumérica que sólo él y su esposa conocen.  De las amenazas y beligerancia activa que un debelador  jefe de Estado ejerce sobre sus vecinos por querer difuminar su particular confín con el resto de Europa. De la muralla china que un yanqui ególatra quiere construir en el patio trasero de su casa para que no se le cuelen las hormigas.

Seguimos en silencio, sin decir nada. Sólo nos miramos, mientras yo me acuerdo de Romerales.

13 comentarios:

Pacurro dijo...

Manolo, por favor prodigate más. Mágnifico artículo

Anónimo dijo...

Bonito Mata pero como dice Romerales las fronteras son necesarias si no esto seria un cachondeo

Isabelle dijo...

Me alegra volver a leerle. Magnífico relato que a través de sus palabras nos invitan a viajar imaginariamente y a algo tan necesario como reflexionar.Gracias por compartirlo. Un saludo.

Anónimo dijo...

Manolo, magistral como siempre. Ya te echaba de menos por estas latitudes. Siempre es un placer leer cosas tan bien escritas. Enhorabuena.

Unknown dijo...

Compañero Manolo, me he emocionado leyendo tu relato, extraordinario , sensible, lúcido y muy apropiado en estos momento.
Sigue no dejes de hacernos participes de estos relatos.
Me ha encarado
Un abrazo y salud y república.

Anónimo dijo...

Magnífico artículo. Bellisimas descripciones y una bonita mirada desde la infancia en una época llena de tonos grisáreas.

Anita Mari dijo...

Por azares de la vida o por causalidades ese atlas de geografía universal publicado por Salvador Salinas Bellver en 1960, lo custudio desde hace algún tiempo entre mis pertenencias. Sé que es tuyo y espero vuelva a tí. Fdo. Anita Mari.

Anónimo dijo...

Ese maestro me dio clase a mí. Me refiero a don Gumersindo.

Anónimo dijo...

La primera parte todo verdad, había que estudiar de memoria todo eso. La última parte puede ser verdad aunque yo no los he visto a estos tres en el bar tomando café. Y la parte de en medio todo inventado no creo que nadie halla hecho esos viajes. Me ha entretenido esta historia

jarochita dijo...

Desde tierras jarochas tengo la dicha deleitarme sus publicaciones y en verdad me han encantado, en especial este que acabo de leer. Cerca de mi hogar se encuentran una de las tantas vías donde pasa “la bestia” y es impresionante verlo pasar, no solo lleno de carga sino también de personas con ilusiones por tener un futuro mejor, sin importar el peligro que puedan padecer en el camino para llegar su destino.
De hoy en adelante cuente con una seguidora mas.
Desde Veracruz un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Lectoras de Buceite en Veracruz Méjico: Im presionante !!

Unknown dijo...

Me da tranquilidad comprobar que aún hay personas con tal claridad mental que son capaces de ver la sencillez de lo importante. Muy bueno.

Gonzalo Polo dijo...

Buen relato, señor Mata.
G. Polo